Un rasgo distintivo del envejecimiento demográfico es el predominio femenino, debido a que las mujeres viven más tiempo, lo que produce un aumento de su proporción en las edades más avanzadas. Se puede escuchar a muchos estudiosos del tema decir que son mayoría entre las personas de edad.
El riesgo de tener alguna discapacidad y de caer en la dependencia funcional se incrementa notablemente después de los 80 años, sobre todo en ausencia de una red social de apoyo (Abellán García y otros, 2007).
Debido a su mayor longevidad y a su menor propensión a volverse a unir, diversos autores son del criterio que las mujeres mayores tienen más probabilidades que los hombres de no estar casadas, y también de vivir solas. En estas condiciones, corren un mayor riesgo de sufrir aislamiento social y privaciones económicas, por lo que requerirán un apoyo especial.
Aunque tienen una mayor esperanza de vida que los hombres, sufren de limitaciones funcionales en la vejez a un nivel desproporcionado. En consecuencia, la ventaja que tienen con respecto a la esperanza de vida con frecuencia se ve contrarrestada por las discapacidades.
Aunque lo anteriormente expuesto es una verdad, primordial se hace también entender a la vejez como una etapa más del proceso de evolución, un fenómeno natural que responde al ciclo de la vida. Dicho fenómeno está compuesto por un conjunto de cambios y transformaciones, psíquicas, físicas, sociales, que se suceden en el tiempo, en forma gradual y natural vinculadas al desarrollo mismo.
No debemos relacionarla con terminalidad. La vejez termina con la muerte; pero también, a veces, la infancia, la juventud, y la madurez pueden terminar de la misma manera.
Los estudios sobre la imagen del envejecimiento indican que en la actualidad la visión hegemónica es negativa y se expresa en la representación social de la vejez como pasividad, enfermedad, deterioro, carga o ruptura social.
Resulta imprescindible modificar la perspectiva que estereotipa negativamente la vejez, pues la realidad es que arribar a la misma se convierte en un privilegio. Las personas mayores tienen potencialidades, recursos y aptitudes transformadoras.
En el libro Nuestro Pan Diario, Joanie Yoder escribe una historia precisamente de una viuda muy pobre llamada María, confinada a su casa debido a sus enfermedades y avanzada edad; pero que había aprendido a alabar a Dios en medio de sus dificultades. Con los años había llegado a saborear con profunda gratitud todas las cosas buenas que Él le enviaba. Ella era visitada a menudo por el pastor y sin falta, lo saludaba con estas triunfantes palabras ¡Dios es bueno! Se centraba en la misericordia y la gracia del Señor y no en sus problemas. Como bien manifiesta el autor de esta historia, su ejemplo no solo nos desafía a probar y ver, sino también a probar y decir que el Señor es bueno, incluso si la vida no lo es.
Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! Salmos 34:8

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