CRÓNICAS DE UNA SEMILLA (I)

LA TORMENTA

Autor: Ezequiel Blanco Hechavarría

¡Cómo he crecido y qué bien me siento! Sin dudas, gracias a Dios, los años pasados han sido muy buenos, ¡cuánta sabiduría hay en quién me plantó y me cuida!, ahora sé para qué estoy aquí, tengo un propósito, agradar a mi Señor. Cuánto deleite siento al oír su voz en medio del campo, y cuando se acerca siento que, desde mis raíces (ahora sé cómo se llaman estas cuerdas), hasta la última de mis hojas tiemblo de emoción. Lejos están aquellos días que quisiera desterrar de mi memoria, pero que vuelven desde la quietud envueltos en un coctel de conmociones.

¡Una gota de agua!, parece que va a llover, ¡Oh!, ¿qué está pasando?, solo han transcurrido unos minutos y las gotas caen como ráfagas de ametralladora, presiento que pueden perforar mis hojas y hasta el tallo. No alcanzo a ver nada a pesar de que, una y otra vez, sacudo mis hojas; ¿De dónde salió esta ventolera?, nunca he sentido nada igual, no creo que mi tallo resista por más tiempo. ¿Dónde se fue la silueta que me cuidaba? ¿por qué no viene a socorrerme, acaso no ve que estoy a punto de partirme?, no puede ser, esto se pone peor; acabo de ver como las dos que estaban a mi lado fueron arrancadas, solo Dios sabe a dónde fueron a parar. ¡Ay, mis raíces comienzan a ceder!, ¡no puedo más, no puedo más!; ¿dónde estabas pensamiento abstracto?, otra vez me alcanzas ¡Voy a morir!, ¡Voy a morir!

¿Qué sucede?, ¿Quién eres? ¿de dónde salen estas nuevas cuerdas y ese escudo? Un pensamiento totalmente nuevo desplaza al anterior ¡levántate, yo estoy contigo!, ¡ahora sí es el fin!, estoy hablando sola, ¡levántate porque yo te sostengo y te esfuerzo! retumba una y otra vez una voz en el aire. El viento se multiplica, ahora las gotas de agua son como puñales lanzados al azar, y mis fuerzas, mis fuerzas hace rato que las perdí. Misteriosamente me dejo arrullar por esa voz tierna y apacible que me ha vencido ¡levántate porque yo te sostengo y te esfuerzo!; sin darme cuenta me sorprendo gritando ¡me levanto porque tú me sostienes, no me abandones! ¡Sorpresa! estoy vertical, totalmente erguida, ¿cómo pasó esto? aún mis ramas son usadas para sostener a otras, que inexplicablemente también están derechas; ya no es solo mi grito, sino un enjambre de voces firmes que retumba a mi alrededor ¡me levanto porque tú me sostienes, socórreme, no me abandones! De pronto, unas palabras como trueno se alzan sobre la tormenta, ¡calma ya, calma ya!, las frases se encajan como espada, hiriendo de muerte al huracán que gradualmente enmudece; el viento domesticado se convierte en una brisa suave y la lluvia se esconde entre las figuras que se divisan en lo alto, y otra vez la silueta de entonces vuelve a darme vida.

Ahora lo sé, siempre has estado ahí para mí, eres mi Sustentador; cuando no te veo y pienso que estás distante, soy yo quien está ausente a nuestra cita y te falla; debo buscarte siempre, y aprender a confiar independientemente de la circunstancia. Mucho tiempo me he deleitado en el pensamiento de que eres mi Salvador, olvidando que también eres mi Señor; ¡ayúdame, oh Dios!, esfuérzame para entregarte todas las áreas de la vida que me das!

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